lunes, 28 de septiembre de 2009

"La hegemonia de lo conversacional. Algunos apuntes sobre poesía peruana última (1988-2008)" de José Carlos Yrigoyen


Título: La hegemonía de lo conversacional. Algunos apuntes sobre poesía peruana última (1988-2008).
Género: Crítica poética.
Autor: José Carlos Yrigoyen.
Editorial: Lustra editores.
Dimensión: 20 cms. x 12.8 cms.
Año: 2009
Número de paginas: 72
ISBN: 9786034035102


La colección Piedra / Sangre puede ser considerada como el proyecto editorial del 2009. No es cosa de todos los días toparse de golpe con quince poemarios, todos de autores menores de treinta y tres años. Más allá si estemos o no de acuerdo con los nombres que la conforman, no hay que dejar de reconocer que una locura como esta, aparte de reconciliarnos con la vida, es una clara muestra de que cuando hay verdadera voluntad, todo es posible. Palmas para Lustra editores y en especial para el Centro Cultural de España.

En este post no “hablaré” de la colección, sino del libro de ensayo que viene junto con esta, de LA HEGEMONÍA DE LO CONVERSACIONAL (Algunos apuntes sobre poesía peruana última, 1988 – 2008), a cargo de José Carlos Yrigoyen (Lima, 1976).

LHDLC es un libro breve, casi sesenta páginas, que ofrece muchísimas más luces que todo de lo que se ha venido escribiendo sobre la poesía peruana en estos últimos años. En sus páginas no encontraremos un ánimo conciliador, menos la pútrida costumbre del “Nunca quedas mal con nadie”, mucho menos la coraza descriptiva que ha sido usada hasta más no poder por ciertos padrinos poéticos tan especialistas en escribir, por ejemplo (entre varios), prólogos carentes de honestidad apreciativa y capacidad de riesgo.

Yrigoyen inicia su ensayo ubicándonos en 1988 y 1989, años en los que la poesía peruana y el país alcanzaron “el punto más inquietante de su crisis”. La poesía conversacional había llegado a su tope, el gran Roger Santiváñez publicaba su imperecedero EL CHICO QUE SE DECLARABA CON LA MIRADA. No es de extrañar, entonces, que los poetas de esa década hayan empezado a buscar otras fuentes en pos de la asimilación, como si la herencia de lo conversacional del sesenta y setenta ya no sirviera de mucho. No es gratuito que el ensayista mencione a Santiváñez puesto que el fundador de Kloaka era el que mejor representaba el devenir de la poesía peruana. Era un referente no solo para su generación, sino también para los poetas de la siguiente década. Es en este contexto de perplejidad en el que muchos vates se lanzan a la experimentación formal, en busca de nuevos aires.

En 1991 Santíváñez publica SYMBOL, dos años después otro miembro de Kloaka, Domingo de Ramos, lanza PASTOR DE PERROS. Este último poemario es calificado en el libro como “uno de los libros más originales, complejos y logrados de las últimas décadas, el que rescata con mayor brillantez las formas de expresión marginales propias de la Lima post-70”. Ambos poemarios fueron ninguneados, no por criterios poéticos, sino por deleznables prejuicios, incapaces, creyendo que la posería (en ese lado los Kloaka Boys eran campeones) también se plasmaba en la poesía, lo que es un disparate sin perdón. A continuación se menciona la arremetida de Camilo Torres (inmortalizado en una novelita publicada a fines del 2007) contra Rodrigo Quijano a razón de que este último había catalogado a Santiváñez y De Ramos como lo que siempre serán: extraordinarios poetas. Torres, en un artículo publicado en El Dominical, sentencia que ni Santiváñez ni De Ramos “eran dignos de ser calificados como poetas.” Es así que tenemos un panorama fresco de esos años de rupturas con la poesía conversacional heredada del sesenta y setenta.

Y entramos a la poesía escrita de los noventa. No es raro calificar a ese decenio como uno de los más flojitos en la historia de la poesía peruana, al punto que todavía no existe una antología representativa. Sin embargo, se rescatan dos intentos interesantes: el primero es el segundo tomo de la antología POESÍA PERUANA SIGLO XX, de Ricardo González Vigil, que en la sección dedicada a los poetas de los noventa “acierta en buena cantidad de los elegidos” (Carlos Oliva, Miguel Ildefonso, Roxana Crisólogo, Lorenzo Helguero, Lizardo Cruzado, Javier Gálvez, Xavier Echarri, Montserrat Álvarez y Selenco Vega, insertados en lo conversacional, como también los no-conversacionales Rafael Espinoza y Alberto Valdivia). De dicha sección, Yrigoyen expresa su reparo por “dos o tres autores cuya importancia se encuentra más bien en la promoción cultural”, a quienes no menciona. Pero yo sí: José Beltrán Peña y Eduardo Rada.

El segundo intento es una antología como tal, publicada en el 2005. LOS RELOJES SE HAN ROTO, por cuenta de Enrique Bernales y Jorge Villacorta. De los once elegidos, siete provenían de la selección de RGV, e incluyen a Victoria Guerrero, Josemári Recalde, Christian Zegarra y Martín Rodríguez-Gaona. Todos son “parte de la línea conversacional imperante.” Los antologadores fueron parte de Inmanencia, fundado en los claustros de la PUCP. El fin de la poesía conversacional era la recurrente consigna de este grupo noventero. Pues bien, los años terminaron situando las cosas en su exacta dimensión, en claro ejemplo de que tanto narradores y poetas no deben ser perfilados por lo que declaran, sino por lo que escriben; y en el caso de los inmanentes, prueba de ello es que sus mejores trabajos han recibido la influencia de la poesía que tanto se encargaron de denostar.

(De 1990 a 1996 se vivió lo peor de lo peor de la entonces nueva poesía peruana. A ver, una pregunta de cultura general para ser respondida en el Queirolo o Don Lucho: ¿en qué año se fundó Neón?)

Fue una década pésima, cierto. Pero hubo individualidades, a las consignadas líneas arriba, se suman los nombres de Rubén Quiroz, Gonzalo Portals Zubiate y Víctor Coral.

Yrigoyen endilga una crítica argumentada al ensayo de Luis Fernando Chueca, Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa, publicado hace algunos años en Lienzo. Estas páginas son, creo, un ejemplo de que sí se puede refutar sin caer en bajezas o sentimientos menores. En no pocas líneas el importante crítico recibe merecidas zamaqueadas. Tengamos presente que Chueca tiene armas de sobra para entregarnos todo lo que se espera de él, un poco de rigor y frialdad de su parte nos haría muchísimo bien.

Y llegamos al tercer capítulo, en el que se disecciona a la poesía post-2000. Para empezar, tenemos dos advertencias: uno, que es obvia la falta de distancia, la que limita dar una visión definitiva de lo que está ocurriendo en la nueva poesía peruana, sin embargo, ello no impide que se puedan ofrecer senderos que a futuro contribuyan a trabajos más completos sobre el tema; dos, que el capitulo tiene como base la colección Piedra / Sangre (a la que el autor expresa sus reparos en cuanto a la nómina (lo mismo que yo) ), sin dejar de consignar “algunos nombres que me parecen tan importantes como el muchos previamente seleccionados.”

Se destacan los grupos formados en las universidades San Marcos, Villarreal, Católica y la Universidad de Lima. A diferencias de años anteriores, los nuevos vates han tenido suficiente capacidad de diálogo para saber organizarse. En esta línea, el trajinado poeta Maurizio Medo, cuyo ensayo ¿Nueva poesía peruana?: atisbando el siglo XXI es citado en el presente libro, califica a estos grupos como “seudocolectivos (cuya) existencia resulta lo más similar a las “juntas” o “panderos” reunidos con el sueño del libro propio.”

De todos los grupos, merecen párrafos el formado en la Universidad de Lima, con Bruno Pólack, Luis Cruz, Diego Molina y Sergio Camacho. De los cuatro, Pólack saca no pocos metros de ventaja y proyección. El otro, Sociedad Elefante, de San Marcos, integrado por Diego Alonso Sánchez, José Agustín Haya de la Torre, Moisés Sánchez Franco, Luis Valladares, Romy Sordómez Patiño y Miguel Sanz Chung. SE fue una agrupación entusiasta, generaban comentarios a favor y en contra, recuerdo, por ejemplo, una leve zamaqueada del narrador cubano Ronaldo Menéndez en El Comercio, a causa de que los vio en un recital y escuchó la definición del por qué de SE; entre otras cosas, dirigieron un programa radial los domingos en 1160; sin embargo, ciñéndonos a los logros poéticos, solo Sordómez y Sanz Chung quedarán en la memoria de los lectores.

Obviamente hay más grupos que son consignados, pero se resaltan más las individualidades (Diego Lazarte y Miguel Ángel Malpartida) que las propuestas colectivas.

De la universidad Católica se imponen, sin haber pertenecido a agrupación alguna, los que a mí entender son los poetas pilares de esta generación: Jerónimo Pimentel, Manuel Fernández y Andrea Cabel.

Luego se aborda con justa generosidad a Paul Guillén. También a Víctor Ruiz, Alessandra Tenorio, Pedro Favarón y al resto de los incluidos en P / S. Se rescatan, del parcial olvido, a Elisa Fuenzalida, Elio Vélez y Jorge Augusto Trujillo, cuyo poemario LA IRONÍA DE LA RAMA NEGRA (2005) genera esta impresión: “es un libro de un hermetismo extremo, sin posibilidades de entrada ni salida, que más que un reto para el lector es casi una invitación para no atreverse a entrar en sus páginas.”

Si hay una sombra mayor que cubre a la gran mayoría de los nuevos poetas peruanos, esta es la de Rodolfo Hinostroza. Hinostroza es una influencia a celebrar, es abrigar un coloquialismo trabajado, culto y abierto a la experimentación.

LA HEGEMONÍA DE LO CONVERSACIONAL
es un libro incoherente en el contexto que es publicado. Y doy las gracias al editor Ruiz por haber creído y apostado por él. Esta publicación es el aval moral de la colección, la cual iba a despintarse si era acompañada por un ensayo castrado, carente de opinión, descriptivo hasta llorar, lleno de elogios píricos. La única manera de mejorar y adquirir conciencia es a través de miradas informadas que sepan confrontar. LHDLC no está condenado a pasar desapercibido; por el contrario, la polémica seguramente llegará; lo que no tiene nada de malo, puesto que, diga lo que se diga, todas las polémicas siempre serán edificantes.

Hubiera sido ideal que el ensayo sea un poco más largo, ya que por momentos se siente la ausencia de voces relativamente importantes. Por otra parte, creo que el editor debió hacerle un seguimiento al diagramador, es el único motivo razonable para entender la irresponsabilidad visual en el texto; hay contadísimos errores que lindan lo grosero.

José Carlos Yrigoyen, aparte de ser, junto al chileno Germán Carrasco, el mejor poeta latinoamericano menor de cuarenta años, nos brinda con esta publicación genuinas muestras de sus dotes para el ensayo, el pensamiento y la crítica.

(escrito por Gabriel Ruiz Ortega)


(Crédito de la nota:

1 comentario:

  1. Y de los poetas de Noble Katerba? No hay nada valorable?

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